miércoles, 21 de marzo de 2007

Para mis muertos.

Mis muertos retozan en la penumbra del tiempo,
sin ayer, ni mañana, retumban sus voces perpetuas,
residen en las mansiones solariegas del recuerdo
donde jamás ingresan los jinetes lóbregos
portando las punzantes jabalinas del olvido.

La tumba está vacía de risas, voces y besos,
pétalos negros encortinan los ladrillos mustios,
adustos yacen los descoloridos tallos yermos,
-útero tatuado por prístinas lágrimas pétreas-,
el silencio canta a capela los nombres del olvido.

Pronuncio sus nombres leves como palomas,
ceñidos en amapolas rojas fluyen al viento…
mi tristeza quiebra los cartílagos de mi alma,
el filo de la daga candente corta mi garganta,
el verso se coagula sobre el espejo agrietado…

Mi desvelada pena, desnuda y simple
tiene la boca entupida de retamas frescas,
dice perfumes de barro, flores y silencio,
el poema calla el grito del dolor incierto,
el moho expele desesperadas mariposas agrias.

Hincado mi dolor le aúlla a la luna agónica,
quiero decir este sentimiento que me espina,
susurrarlo al oído de las infames gárgolas,
gritarlo en el océano donde mueren los ecos,
el amor siempre me roba las vacilantes palabras.

Los amé con intensidad aguda y serena,
quise aprisionarlos en los momentos de dicha,
es imposible retener el sílice fútil del instante
porque la arena del encuentro se chorrea áspera,
revelando indefectible la nada de la despedida.
Bismarck